Flores silvestres

¡Mira que belleza de flores, cortemos algunas! me decía mi hija mientras avanzábamos por la carretera. Yo intentaba explicarle que si las cortamos, las bellas morirían pronto, así ocurre con las flores silvestres.

Es increíble la inventiva desplegada por el Creador a lo largo de las carreteras. En primavera, sus orillas se pintan de colores pastel: verde menta, rosa y marfil. 
Después del primer corte de pasto, las dehesas se salpican de inmaculadas margaritas blancas, luego aparece la efímera achicoria de un azul relampagueante y la siguen los ásteres del verano. 
Los campos nos obsequian abundancia de cosas minúsculas, ranúculos, violetas silvestres y helechos tan delicados como pestañas de un bebé y los candilillos blancos se arrodillan con el candor de una novia ante el altar de un viejo tocón de pino. 
Estas flores son obras maestras de orfebrería, no pretendo subestimar la belleza de las flores cultivadas, como las azucenas, las rosas y los tulipanes, sólo quiero decir que con frecuencia se encuentran en las plantas humildes de los caminos, la belleza más delicada y la gracia más perfecta. 

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