miércoles

Las lecciones de mi hija



Mi hija Gabriela a los siete años tenía un pez dorado al que bautizó como Golfy. Nunca se cansaba de verlo nadar y me mostraba entusiasmada cómo éste la reconocía y le lanzaba besos desde el agua con la boquita fruncida.

Adoraba a Golfy y él era el primero en recibir su cariñoso saludo al llegar del colegio. Se sentaba a horcajadas en el suelo frente a la pecera para observarlo detenidamente y, con frecuencia, oí que hasta le contaba sus secretos. En ocasiones metía su dedo en el agua y mientras el pececito nadaba, ella, sonriendo, le acariciaba la delicada cola. Me llamaba la atención que el pequeño animal no se asustara con este juego, sólo a ella le respondía de esa manera.

Un sábado me preguntó: -Mamá, ¿duermen así los peces? Consternada, vi que Golfy yacía de costado inmóvil en el fondo de la pecera. No supe qué decir en ese instante, pero en los ojos
de mi pequeña surgió un destello de comprensión y la pobre se arrojó de golpe en mis brazos, lloró tanto que deseé que no lo hubiese querido tan intensamente.

Después de un largo rato se enjugó las lágrimas y exclamó: -Por lo menos, mami, lo disfruté por algún tiempo. Su respuesta me conmovió, me mostró la belleza y la madurez que surgen al haber amado mucho, y me enseño a que no se debe huir del amor a pesar del temor que nos invade por no
querer ser lastimados. Su corazón me reveló en ese instante que el gozo del amor es más grande
que el dolor que causa cualquier herida amorosa, por eso vale la pena correr el
riesgo. 

Otro día cuando mi pequeña derramó aceite en el sofá color beige de mi habitación, me enojé tanto que le espeté una andanada de regaños.
 Más tarde le reconocí: -Fue un accidente, hijita, y sé que hice mal en gritarte.
-No te preocupes, mamá, respondió, abrazándome: -Yo te quiero cuando eres buena y también cuando eres mala.

La enseñanza de ese momento se me grabó para siempre, nuestro amor es más profundo cuando amamos con la plena e indiscriminada compasión de un niño. Parece ser que los adultos necesitamos que los niños nos muestren cosas que ya no podemos ver porque nos creemos demasiado listos.

 "Sólo se ve bien con el corazón, lo esencial es invisible para los ojos", escribe Antoine de Saint-Exupery en el Principito. Los niños brillan en esta perspectiva, su mirada inocente ante la vida es un recordatorio de todo aquello que en verdad sí es importante.

3 comentarios:

Juan Antonio dijo...

El amor de los niños hacia su mamá es incondicional, hasta cuando ella se porta mal. Ellos tienen una inteligencia natural por lo que comprenden muchas veces las actuaciones incomprensibles de los padres.
Me gustó mucho tu entrada, hay una buena enseñanza y unas anécdotas graciosas que me han hecho sonreír.
Un abrazo fuerte acompañado con muchos besitos.
Juan Antonio

Silvia dijo...

AMIGA: ME ENCANTO TU RELATO LLENO DE COSAS PARA TENER EN CUENTA..EL AMOR VALE SIEMPRE ...ES PREFERIBLE SUFRIR POR AMOR A NO HABER AMADO NUNCA,,ME ENCANTO TU FRASE "NO LE PONGA BARRERAS AL AMOR"
BESITOS ATUS HIJAS.
CUIDATE BESOTES
SILVIA CLOUD

Rafael Humberto Lizarazo Goyeneche dijo...

Hola, Marysol.

Hay amores incondicionales y eternos.

Mil gracias por tu presencia y amistad, felices Fiestas Navideñas en paz y unión familiar.

Abrazos.