Había heredado los ojos oscuros y
la tez morena de su padre, de origen mapuche, a quien nunca conoció. Mariana
tenía veinte años y vivía junto a su madre enferma de cáncer terminal, en una
pequeña casa de madera enclavada en un hermoso valle del sur rodeado de ríos y lagos
de aguas cristalinas.
Había llegado a vivir a esos
parajes unos años antes, luego de que su padre muriera y les dejara a ella y a
su madre esa propiedad como herencia.
Mariana era una muchacha solitaria,
no tenía amigos ni conocidos y, como se sentía abrumada y deprimida por los
acontecimientos de su vida, salía por las tardes a tomar el fresco y a sentarse
sobre un montículo de rocas situado bajo unos nogales en un bosquecito de la
quebrada, cerca de su casa, buscando armonizar su mente y su alma con la
naturaleza que en esa época comenzaba a desnudarse de los colores del verde,
para vestirse de los colores del ocre. Eso la confortaba.
-Es un evento mágico - pensaba
mientras admiraba tanta belleza. Pero luego la tristeza retornaba a su corazón.
- Ojalá existiera magia para que
mi madre dejara de sufrir de una buena vez - decía en voz baja - aunque si ella
se muere, me quedaré por siempre sola y no sabré qué hacer.
Muy cerca, el repentino movimiento
de un arbusto la sacó bruscamente de su recogimiento y, como se encontraba
sola, se sobresaltó. Quieta y en silencio esperó un rato y como ya nada se
movía, se tranquilizó pensando que seguramente se trataba de un conejo o un
roedor buscando nueces.
Se percató entonces de que entre los
ruidos naturales del entorno surgía una melodía de acordes místicos, como esos
que penetran el corazón y erizan la piel.
El sonido le resultaba apenas audible, pero pudo reconocer que lo
producía un kultrún. Ella había escuchado los sones del kultrún con su madre,
antes de que enfermara, quien le había enseñado que se trataba de un instrumento
de sus antepasados. Instintivamente giró la cabeza hacia atrás, impulsada por la
fuerza de unos ojos que fijamente se posaban en su nuca. Ahí descubrió a una anciana que la miraba.
- Mari, Mari, lamngen, ¿Kümeleymi? (te saludo, hermana, ¿estás bien?)
- dijo la mujer mientras se acercaba.
- ¿Quién eres? - preguntó Mariana.
- Doy fvta ka mapu tañi mvlen ta komv, xipalu ko mew ka pvjv mew pewmakeiñmu
tayiñ pu fvcakece yem. Apon kvyeh fey tañi am pigekey. Ni hegvmkvleci piwke
fewvla ñvkvfvy. (Más allá de las nubes que surgen de estas aguas y estos
suelos, nos sueñan los antepasados, Su espíritu -dicen- es la luna llena. El silencio
es su corazón que late).
- Me llamo Kude – Continuó la
anciana mientras señalaba a la luna que a esa hora ya brillaba sobre las
montañas.
-¿Kude?- preguntó Mariana.
- Significa abuela - respondió la
anciana, suspirando con inquietud entrañable.
Mariana quedó de inmediato prendada
de la mujer de menuda complexión y de piel morena. Le calculó unos ochenta años
y su semblante dulce le transmitió una cierta melancolía y una ternura
tranquilizadora. Sus ojos negros, muy bellos, de un cristalino vitrificado,
acentuaban su color cuando su mirada bondadosa se posaba en la vegetación
circundante.
También su manera de hablar en mapudungun,
que matizaba con palabras en español y que por alguna mágica razón la muchacha
comprendía, le parecía encantadora.
Un pajarito posado en lo alto de
un árbol silbó de pronto, sobresaltando a Mariana.
Kude entonces susurró con mimo: -Anümka ñi rarakum lleniey üñüm ñi dungun,
apon küyen niey tami rakiduam, puliwen tami llellipum pülef mawun mew, fey
kürüf niey tami ülkantum iñaltu lewfu püle. (El susurro de los árboles
tiene el mensaje de las aves, la luna llena tiene tu pensamiento, el amanecer
tus ruegos, en la lluvia y el aire tu voz que canta a orillas del río).
Ambas sonrieron y se entendieron de
maravilla. Mariana sintió que podía confiarle a la octogenaria todo lo que le sucedía,
su pena, la enfermedad de su madre y muchas cosas más. Conversaron largo
tiempo, Mariana no paraba de hablar y la anciana la escuchaba comprensivamente,
fue así como, sin dificultad, entre ellas fructificó el cariño sincero y la verdadera
amistad.
Cada vez que podían se
encontraban en la quebrada, pues las dos mujeres amaban la naturaleza. La
anciana acostumbraba bendecir a los animales y a las plantas:
- Katruan
kuyfi pewma, liftuan ñi rakiduam külon tapule. (Cortaré el lejano sueño y
despejaré mi pensamiento con hojas de maqui).
- Mira la tranquilidad con que
las hojas caen, ellas están preparadas para alimentar a las nuevas generaciones.
En este proceso no hay tristeza, nos enseñan la forma correcta de morir - la
instruía.
También bendecía la lluvia:
-Llenien ñi dungun küruf mew triliw mawün mew llellipufin ñi pu füchake
che. (Llevo mi voz al viento, y en la llovizna trasparente ruego a mis antepasados,
busco su espíritu).
Kude amparaba a Mariana con ternura,
ofrendándole el amor y el consuelo que ya no recibía de su madre y que tanto
necesitaba. La muchacha adoraba a la
anciana que se transformó en su soporte, admiraba en ella esa mezcla de ternura
y fortaleza que siempre le transmitía. - Es la amalgama perfecta de la miel y
el acero – pensaba.
-No sufras más - la animaba Kude,
ya verás que tu mamá dejará de sufrir.
-No quiero que muera – suplicaba Mariana.
-Recuerda la enseñanza de las hojas - contestaba la anciana.
-Si muere, renacerá como una
mariposa blanca en el cielo azul y será libre. Presta atención y verás cómo nuestros
antepasados y los espíritus del bosque ayudarán para que esto suceda.
Así pasaron los días y Mariana ya
no pudo ir al encuentro de Kude, pues la salud de su madre había empeorado, se
sentía triste, echaba de menos a su amiga que era el consuelo de su alma.
Hasta que en un atardecer de esos
que no se olvidan, donde el sol se empina en el horizonte y tiñe el cielo de
rojo, Mariana, mientras atendía sus labores en la huerta, escuchó a lo lejos el
rumor del viento que soplaba entre la arboleda, le pareció un sollozo, como si
fuera una despedida, entonces recordó las lecciones de Kude y entornó los ojos para
visualizar en su mente las hojas que caían suavemente de los árboles.
En el preciso instante en que
esto ocurría, sin saberlo Mariana, su madre expiraba en su lecho y su alma, en
un sereno vuelo, encontraba el cobijo de la muerte.
De pronto la percusión de un Kultrún
se dejó oír a lo lejos. Mariana, alertada por el sonido, corrió rápidamente
hacia su casa y su sorpresa fue inmensa al ver dos mariposas blancas volando entre
las matas junto a la puerta. Como si se tratara de un sueño, se quedó
mirándolas largamente mientras revoloteaban hasta que las perdió de vista. Comprendió entonces todas las señales y
supo que su madre acababa de morir.
-Kude tenía razón - musitó
conmovida sollozando -mi madre ahora es totalmente libre.
No volvió a ver nunca más a la
anciana. Aunque la buscó por todas partes desapareció súbitamente, tal y como
había llegado. Por eso, con todo su corazón se esforzaba por asimilar el
prodigio de lo que había vivido.
-La música del kultrún, la muerte de su madre -todo
eso no puede ser casualidad - cavilaba.
Ahora que pasó el tiempo, Mariana
recuerda serenamente a su madre e indivisiblemente también a Kude, la
entrañable anciana que llegó desde más allá de las nubes, del lugar donde moran
sus ancestros para protegerla y reconfortarla. Nunca la olvidaría, ella la
ayudó a comprender a la naturaleza, a bendecir la lluvia y a cuidar de las aves;
también le enseñó a creer en la sabiduría de sus antepasados y a confiar en el lenguaje
encantado de los espíritus del bosque. Supo entonces que jamás estaría sola.
- ¿Kude? - recordó Mariana.
–Significa abuela – le escuchó decir al viento.
La muchacha suspiró hondo y, ahora
en paz consigo misma, sonrió.
© - Marysol Salval
2 comentarios:
mi familia paterna tiene origen ranquel....me encanto tu cuento...y el conocimiento del mapudungun...tengo un diccionario, pero aislada, sola, no se como transferir mis poemas a esa lengua...no sabés quién podría ayudarme??????
tu texto me encantó!!!!!!
Muchas gracias a ti, Alicia, por el regalo de tu lectura y por tu tiempo, me alegra mucho que te gustara el cuento. He trabajado las partes escritas en mapudungun como tú, con un diccionario, investigando en internet y leyendo a poetas mapuches. Sé que es un trabajo arduo, ni siquiera sé si está todo bien escrito, sólo seguí mis impulsos y me he atrevido. Que yo sepa, no tengo origen mapuche pero es un pueblo y una cultura que respeto mucho, he vivido muchos años en la Araucanía y tengo muy buenos amigos de esa etnia. Te abrazo fuerte, estimada, me gustaría leer tus poemas. Abrazos fraternos
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