
Víctor quedó deslumbrado al ver
los grandes ojos claros de su hija recién nacida, pensó que tal vez sería un
ángel que había llegado a su infortunada vida para remediarla. Era tan bonita
la pequeña que sintió que Dios le estaba perdonando todos sus pecados al enviársela.
- Será una santa cuando sea
grande – exclamó - y decidió bautizarla con el nombre de “Zanta Remedios”. Le
puso Zanta con z para reforzar y asegurar su futura santidad.
Zanta Remedios se hizo una señora
de “bien”. Era muy inteligente y estudió docencia. Se casó con un hombre de
apellido, muy trabajador y empeñoso quien forjó un considerable patrimonio. Tuvo
varios hijos y se hizo muy religiosa, tanto que no dejaba de ir a misa todos
los días sin falta, muy temprano por la mañana. Eso sí, siempre muy elegante.
He rezado por
ti y te puse en la patena, - les decía amorosamente a todos sus allegados, así
aseguraba su cariño y su empatía. Colaboraba con alguna institución benéfica y
con la iglesia, eso le facilitó grandes amistades en el clero. Las personas que
la conocían sentían un gran respeto por ella, una señora tan piadosa no merece
más que deferencia y admiración.
El augurio de
su padre hubiera sido cierto si no fuera porque Zanta tenía dos grandes defectos,
era muy ambiciosa y muy controladora.
No le importaba recurrir a oscuros
oficios con tal de conseguir lo que se proponía, al fin y al cabo al día
siguiente iría a la iglesia a rezar la “Oración de la mañana” y “Yo confieso”,
y Dios la acogería, luego invitaría al párroco a tomar un carajillo a su casa y
el asunto quedaría saldado sin dudarlo.
Tenía la suerte de tener un
pariente notario que la quería mucho, de tal manera que los oscuros oficios se
volvían claros sin mayor dificultad,
esto era, por supuesto, mediante un adecuado arreglo.
-No olvides conseguir las firmas
de los poderes – le decía el pariente notario - sólo así se legaliza el asunto.
Y dada la cantidad de asuntos que en conjunto realizaban, que fueron varios poderes
los que tuvo que conseguir Zanta.
- Hay que dar gracias a Dios por lo
que tenemos, Él sabe todo lo que nos ha costado – le decía a sus hijos, - y
gracias también a nuestro pariente notario, íntimamente formulaba.
Ante la anticipada muerte de su
esposo, Zanta Remedios reunió a sus hijos y los exhortó a no hacer efectiva la
herencia que éste había dejado escriturada, aunque su hijo mayor, que trabajaba
con ahínco para la empresa de su padre, se había casado hacía poco y necesitaba
dinero para levantar su propia familia.
-Es mejor no separar nuestros
bienes, no olvidemos que la unión hace la fuerza – les dijo. Su ambición no le permitía
pensar en perder el control de su fortuna, por tal motivo los persuadió, y así
se hizo sin discusión, todo el patrimonio siguió quedando bajo su dominio.
Inesperadamente, al año siguiente,
también murió su hijo mayor quien dejó viuda y dos hijas pequeñas. La viuda, muy
joven, inexperta y poco pretenciosa, pero con cierto carácter, no quiso
someterse al control de Zanta y se marchó con sus dos niñas a otra ciudad sin
reclamar gran cosa, se conformó con lo que su suegra consideró darle, y a su
solicitud, le firmó un poder amplio en el despacho del pariente notario.
Pasaron los años, las huérfanas
crecieron y su abuela Zanta, como era su claro
oficio, les solicitó nuevos poderes por si fuera necesario, no sin antes
decirles que las quería mucho.
Los otros hijos de Zanta, ya
casados y con hijos, siguen viviendo bajo su amparo, como era de suponer.
Zanta ya se puso vieja y
decrépita y ha olvidado casi todo, menos los poderes que debe hacer firmar, y tampoco
el camino hacia la iglesia para no perderse la misa de la mañana, recibir el abrazo
de Dios, y poner a todos sus allegados en la patena. Después, por la tarde, el
disfrute de un carajillo con su amigo el cura y su pariente notario será el
broche de oro de una buena jornada.
Es así como la piadosa Zanta
Remedios, que supo administrar con claros
oficios su patrimonio, recibió el apelativo de doña Poderes.
No hay comentarios:
Publicar un comentario