
Me considero una buscadora de milagros, pero de milagros genuinos y edificantes. No hablo de abrir camino en el mar Rojo ni de caminar sobre las aguas, hablo de la variedad común, de esos que operan por las leyes de la naturaleza, con raíces que se sujetan a suelos firmes y pétalos que se abren al sol.
Busco milagros en cualquier parte, y siempre estoy muy atenta observando el mundo que me rodea. A veces, cuando voy conduciendo, reduzco la velocidad lo más que puedo para no perder la oportunidad de ver lo máximo posible, hasta donde mi mirada alcance. Vivir en el campo me permite disfrutar de un maravilloso paisaje.
Cierta vez en que iba llegando a mi trabajo, por la carretera, observé que una mariposa bicolor volaba frente a mi camioneta, hacia mi, y que la pobre iba a chocar. Vi descorazonada como desaparecía en frente del vehículo. Se había metido en una fisura de la tapa del motor, y yo alcanzaba a ver su aleteo marrón y blanco.
Algo me impulsó a detenerme al borde del camino para sacarla pensando que estaba moribunda, pero al levantar la tapa, la mariposa batió con energía las alas, alzó el vuelo y se fue.
Me quedé mirando la rítmica y ágil danza de la mariposa vuelta a nacer y busqué una explicación.
Quizá no debí sorprenderme tanto ya que las mariposas poseen mucho control sobre sus movimientos y sus gráciles alas no son tan frágiles como aparentan, además pensé que unos cuantos principios aerodinámicos podían explicar adecuadamente por qué se había salvado. A pesar de eso, cuando miré a la mariposa ascender por los aires en alado testimonio de la elasticidad de la vida, me convencí de que esto no podía ser otra cosa que un pequeño milagro.
Busco milagros en cualquier parte, y siempre estoy muy atenta observando el mundo que me rodea. A veces, cuando voy conduciendo, reduzco la velocidad lo más que puedo para no perder la oportunidad de ver lo máximo posible, hasta donde mi mirada alcance. Vivir en el campo me permite disfrutar de un maravilloso paisaje.
Cierta vez en que iba llegando a mi trabajo, por la carretera, observé que una mariposa bicolor volaba frente a mi camioneta, hacia mi, y que la pobre iba a chocar. Vi descorazonada como desaparecía en frente del vehículo. Se había metido en una fisura de la tapa del motor, y yo alcanzaba a ver su aleteo marrón y blanco.
Algo me impulsó a detenerme al borde del camino para sacarla pensando que estaba moribunda, pero al levantar la tapa, la mariposa batió con energía las alas, alzó el vuelo y se fue.
Me quedé mirando la rítmica y ágil danza de la mariposa vuelta a nacer y busqué una explicación.
Quizá no debí sorprenderme tanto ya que las mariposas poseen mucho control sobre sus movimientos y sus gráciles alas no son tan frágiles como aparentan, además pensé que unos cuantos principios aerodinámicos podían explicar adecuadamente por qué se había salvado. A pesar de eso, cuando miré a la mariposa ascender por los aires en alado testimonio de la elasticidad de la vida, me convencí de que esto no podía ser otra cosa que un pequeño milagro.
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