
Mi Padre creía que el pecado mas grande que podía cometer uno, era irse a la cama cada noche tan ignorante como al despertar. "¡Hay tanto que aprender!", afirmaba. "Si bien nacemos ignorantes, sólo los auténticos ignorantes permanecen en ésta condición".
Para asegurarse que ninguno de sus hijos cayese jamás víctima de la propia complacencia, papá insistía en que aprendiésemos por lo menos algo cada día. Y la hora de comer parecía el foro perfecto para compartir lo que habíamos aprendido ese día. Para mi, aquello me parecía excesivo.
Indudablemente, al comparar esos intereses paternos con los de otros progenitores, yo concluía que papá, a quien yo querría de todos modos, era un tanto raro. Aún recuerdo la mesa, con variados alimentos: Pan, pimientos asados, fuentes de fideos, y mucha fruta, y por eso, a menudo no podía ver a mi hermano sentado frente a mí. Si algo no faltó en mi casa, fue la comida y los buenos libros, todo podía escasear, pero mi padre jamás dejaría a un hijo sin "alimentar ".
La cena constituía una ruidosa ocasión, con tintineantes platos y animadas conversaciones. Al cabo, llegaba el gran final, el momento que más temía: La hora de compartir los nuevos conocimientos del día. En la cabecera de la mesa, papá echaba su silla hacia atrás, se servía un vaso de vino tinto, y examinaba atentamente a sus hijos. Esto siempre ejerció un efecto inquietante en mí. Yo mantenía la vista fija en el jefe de familia, esperando que al fin dijese algo. Él, sonriente, me explicaba que si no se tomaba el tiempo para observarnos, pronto creceríamos y se perdería la oportunidad de hacerlo. Por fin su atención se concentraba en mi: - A ver, Mary, María güata fría - señalaba bromeando (le encantaba jugar verseando con los nombres) - Dime qué has aprendido hoy.
Para responder, yo debía estar preparada con antelación - Aprendí que la población de Nepal es... y se hacía el silencio. Siempre me asombró que nada de lo que yo dijera le resultara demasiado trivial. Primero él reflexionaba en lo que había mencionado como si de ello dependiera la salvación del mundo."La población de Nepal...mmmmm ¡Muy bien!"..."Mary, trae el Atlas para que podamos aprender donde queda Nepal..." Y entonces la familia emprendía la búsqueda de Nepal.
La comida no terminaba sin que nos hubiéramos ilustrado con media docena de datos como esos. En retrospectiva, ahora comprendo el dinámico método didáctico que papá nos ofrecía. Casi sin darnos cuenta, nuestra familia se alimentaba no sólo de comida sino de conocimientos y vivencias al tiempo que enriquecíamos la formación de todos. Y en ese sentido, al observarnos y escucharnos, al respetar nuestras aportaciones, al afirmar nuestro valor como personas y al dotarnos de un sentido de dignidad, Papá fue sin duda, nuestro maestro más influyente...
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