domingo

Pájaros

El patrón le dijo que no pensara en marcharse a menos que terminara de limpiar el cobertizo
y alimentara a los caballos. Tuvo que quedarse a regañadientes dos horas más de las
habituales ya que no podía darse el lujo de perder el trabajo. Pero hoy se trataba de un día
muy especial, era el cumpleaños de su mujer y por eso estaba ansioso, casi desesperado,
anhelaba poder terminar sus labores antes del anochecer, tomar su bicicleta y pedalear a toda velocidad para llegar a casa, aun le quedarían fuerzas a pesar del cansancio; además el clima
estaba ayudando, hacía dos días que no llovía y el camino de tierra que conducía a su casa ya estaría seco, podría llegar más rápido.
Él sabía que la encontraría en casa, le había dicho que no saliera por ningún motivo; seguramente estaría amasando el pan que tanto a él le gustaba. Ella tenía la manía de darle a los bollos figura de pájaros; no sabía por qué, pero siempre le ponía alas al pan y, para meterlos en el horno, lo esperaría, eso debía hacer ella cada día. Disfrutarán de aquel manjar humeante y calentito durante la comida. Después la llevará a la cama y le haría el amor como nunca, ella no se podrá negar, ya era hora de que le diera un hijo. ¡Elisa era tan re bonita y tan buena! Claro que sí, muy sensata y obediente, una mujer muy diferente a las otras que había conocido. Cuando pensaba en ella sentía que se le apretaba el estómago de tanto amor que le tenía, y la sola idea de que pudiera algún día perderla, lo desquiciaba. La preferiría muerta antes de saberla lejos, o con otro.
Hoy le llevaba un regalo, había conseguido unas vistosas plumas de avestruz que un amigo del patrón llevó a la finca dentro de una gran caja de huevos. El patrón se quedó con los huevos y él recogió las plumas pensando en que su amada podría utilizarlas en los hermosos atrapasueños que solía crear, ella era una gran artista, muy diestra con sus manos y ¡hasta él los había vendido! esos pesitos les habían venido muy bien.
Elisa miró el reloj que tenía sobre una repisa de la cocina, era casi la hora de que su marido volviera a casa, los bollos de masa descansaban sobre la mesa y ya habían leudado, dentro de poco tendría que meterlos al horno de barro que estaba en el patio. Deseaba hacerlo pronto para que no se deformen los pájaros. Estaba nerviosa, quería que él por fin llegara a casa para poder salir al patio…
Ella amaba los pájaros, a todos, los miraba volar a través de la ventana, y luego los hacía de harina, cada día, para después comérselos tibios, despacito, en silencio, disfrutando cada bocado con los ojos cerrados, en una especie de rito; era un acto íntimo, así como en la iglesia los feligreses hacían con la hostia los domingos: "Aquí está el cuerpo de Cristo, decía el cura"…Ella se comía los pájaros como si fueran hostias, con el íntimo y religioso secreto de transfigurarse y así poder volar, no podía pensar en nada que pudiera ser más sublime, superaba a sus atrapasueños; en aquella comunión con sus pájaros estaría de seguro la magia para hallar la libertad.

Marysol Salval

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