- ¿No se imaginan cómo será nuestra
fiesta con los abuelos?, les explicaré - comentó la maestra.
En la escuela primaria, los
profesores se habían puesto de acuerdo para organizar una fiesta en homenaje a
los abuelos. La señorita María, en la sala de clase del segundo nivel, les
comunicaba la noticia a sus pequeños alumnos.
- Todos sabemos que los abuelos
son una parte muy importante de la familia, son los padres y las madres
mayores, nos ayudan para que nos resulten las cosas más fáciles.
Cuando estamos malitos vienen a
vernos, y si nuestros padres tienen que salir, ellos se quedan con nosotros
para cuidarnos. Como son tan buenos, hemos pensado que debemos realizarles un
pequeño homenaje a manera de agradecimiento.
Aprovechemos que se acerca la Navidad y celebremos ambas
cosas. ¿Qué mejor manera habría que prepararles una pequeña actuación y una
merienda sólo para ellos?
Pongamos manos a la obra y decoremos
nuestro patio de juegos, preparemos ricos bocadillos y un baile con música divertida.
Luego nos vestimos con bonitos trajes navideños y les obsequiamos un momento
especial e inolvidable, será una manera de decirles cuánto los queremos.
A esta fiesta no pueden asistir
los papás, ni las mamás, ni los tíos, sólo nuestros abuelos - ¿comprendieron
ustedes bien?- concluyó la señorita.
Los niños muy felices con el
acontecimiento, no dejaron de hablar de la fiesta el resto de la mañana,
excepto Montse que se quedó muy triste.
Era la única niña en toda la
escuela que no llevaría a sus abuelos y tampoco los vería en la próxima Navidad.
No los recordaba, sólo los conocía por
fotos.
Por la tarde, apenas entró a la
casa, Montse les dijo a sus padres - En el país de los abuelos todo parece ser
más bonito, no sé porqué no estamos allá con ellos.
Hacía unos años había llegado a
esa ciudad junto a sus padres y hermanos, cuando era una bebé, y ahora a los
siete, cuestionaba esa situación que los obligaba a estar lejos de todos sus
familiares.
- Ni tíos, ni primos, ni abuelos,
somos los únicos en todo el mundo que no tenemos familia, es injusto - exclamaba la niña - Mis amigos me contaron que tener abuelos es muy lindo, ellos los
acarician y consienten, no los regañan todo el tiempo como hacen papá y mamá.
Además, les cuentan historias de su juventud y les compran regalos cuando llega
la Navidad. Nosotros
no tendremos regalos, ha dicho papá que la cosa está difícil y no hay bolsillo para
eso.
- Tú ya tienes muchos juguetes y
debemos resolver asuntos más importantes con el dinero, para Navidad mamá preparará
una deliciosa cena, nos servirá pavo y helado que tanto te gustan. También, nos
tienes a mí, a tu madre y a tus hermanos. - intervino el padre.
- Pero, papá – exclamó Montse – Tampoco
podré ir a la fiesta de los abuelos en la escuela. Debes portarte bien y dejar
de refunfuñar, pequeña, la vida no siempre es como quisiéramos - contestó su
padre.
Montse era una niña vivaracha y chispeante,
todos pensaban que era muy inteligente, y lo era, sin embargo, cuando reflexionaba
sobre la ausencia de sus abuelos, la luz que destellaba sus ojos color miel, se
ensombrecía.
- Papá, cuéntame cómo fue que
llegaron los abuelos a América, quiero saber más sobre eso - inquirió la rapaz - Y de un salto se acomodó en el regazo de su padre rodeándole el cuello con sus brazos.
Muy atenta, se dispuso a escuchar la historia.
El padre de Montse era un hombre
normalmente serio y adusto, pero como tenía debilidad por la pequeña cedió a su
requerimiento. Ya había narrado sobre eso en otras ocasiones, pero la niña no
se había enterado del todo.
-Tus abuelos llegaron a América desde
España en un gran barco hace muchos años, durante la Guerra Civil. Fue un tiempo muy
triste y doloroso para miles de personas que, como ellos, se vieron
obligadas a dejar su amada patria, y por esa causa incontables familias
tuvieron que separarse.
Dejaron atrás sus casas, bienes,
amigos, trabajos, y toda la historia de su vida para aprender a sobrevivir en
un país extraño. Fue un tiempo muy difícil, se marcharon forzadamente con el
anhelo de volver algún día, pero muchos aún no lo han logrado, entre ellos tus
abuelos.
¡Pobrecitos! - exclamó Montse - Percibiendo la tristeza reflejada en los ojos claros de su padre. Les pasó como
a nosotros, aunque no hemos sufrido una guerra, ¿verdad, papá?, Pero tú si la
sufriste y también llegaste en un barco, eres un sobreviviente, como dice mamá,
tampoco has podido volver a España – concluyó muy seria.
- ¿Sabías que en
esos tiempos hubo niños que fueron enviados a otros lugares, solos, a países
muy lejanos donde hablaban idiomas desconocidos, porque sus padres no querían
que sufrieran los horrores de la guerra? Lo hicieron por amor, pensando en
salvarlos, porque en los países donde hay guerra se sufre mucho y se corre
peligro, las personas pueden morir en cualquier momento.
¿De verdad? –
preguntó la niña abriendo los ojos como platos. - Los enviaron en barcos
atestados con enormes ratas, -continuó el padre – y los pobres niños pasaron miedo
y hambre, y otros tantos sufrimientos terribles durante y después del viaje.
De cualquier
modo, sus padres creían que eso era mejor, no querían que murieran. Muchos de
esos niños no pudieron regresar y no volvieron a ver nunca más a sus padres, tampoco a sus
otros familiares.
¡Qué triste,
las guerras son horribles, papá, ninguna persona debería pasar por algo así, preferiría
morir antes de que me separaran de ustedes! – Exclamaba la niña muy azorada,
tomando la cara de su progenitor con ambas manos.
Más tarde,
después de la cena y ya en la cama con la luz apagada, Montse continuó
pensando en sus abuelos y en la tristeza que le había causado la historia narrada
por su padre.
Sintió que
había aprendido una lección, que ya no importaba la fiesta ni los regalos de
Navidad, tener consigo a sus padres y hermanos era un regalo que debía valorar.
Sus abuelos estaban lejos pero saludables y eso también era un motivo para
agradecer. Decidió hacerles saber cuánto los recordaba a pesar de no verlos.
Por la mañana
diseñaría una hermosa tarjeta con dibujos coloridos, debían personificar a los
miembros de su familia que, a pesar de la distancia, permanecerán por siempre
unidos con lazos indestructibles de cariño y amor. También dibujaría un barco
en representación de su arribo a América y le agregaría una bandera española. Luego
le pediría a papá que envíe la tarjeta en un sobre por correo, al país de los
abuelos.
Era una
experta dibujando, sólo requeriría cortar un trozo de cartulina de una de las
cajas de hilos que guardaba su mamá, y los lápices de colores que utilizaba en
la escuela. Seguro que su hermana mayor le podría regalar una de las cintas
rojas que guardaba en un cajón de la cómoda y que antes usaba para atarse las trenzas; se le ocurrió una idea brillante
para hacer con ella.
Antes de
dormir, elevó una oración al Niño Dios y le pidió que cuidara a toda su familia,
luego cerró los párpados y poco a poco se fue quedando profundamente dormida.
Al otro día, desde temprano se dedicó a conseguir todos los materiales, los acomodó
sobre la mesa y se puso a ejecutar el proyecto. Le encantaba el rojo, sentía
que era el color del amor, así que pintaría con él todo el barco, y utilizaría
la cinta para formar un lazo como remate perfecto para la tarjeta.
Mientras
trabajaba, imaginaba la cara de alegría de sus abuelos cuando recibieran su
regalo del cartero, eso la animaba a dibujar y a pintar con mayor prolijidad y dedicación.
Cuando acabó de colorear la última
imagen, escribió con lápiz rojo en la portada de la tarjeta la siguiente
reseña: “Para mis abuelitos con el color del amor. Firma Montse”, luego corrió feliz
a mostrar la obra terminada a sus padres y hermanos.
Todos estaban contentos
por el trabajo de Montse, le había quedado precioso; en sus minuciosos dibujos
no faltó nadie. La familia completa, incluyendo los abuelos, brillaban en la cartulina
con colores muy bonitos y alegres. El barco rojo, la bandera española y la
cinta roja también lucían de maravilla. El padre de Montse, muy conmovido por el
gesto generoso de su hija, prometió enviarla por correo al día siguiente, y así
lo hizo.
Doña Elisa se
sobresaltó al escuchar los golpes en la puerta, era temprano y aún no terminaba
de preparar el almuerzo, no imaginaba quién podría venir a su casa a esa hora.
Alfredo, su
marido, hacía poco que se había marchado al negocio, una pequeña fábrica de
zapatos que ambos habían montado hacía algunos años, cuando pudieron reunir el
dinero necesario, y ahora que la economía en el hogar marchaba mejor, Elisa ya no acompañaba
a su esposo y podía quedarse en casa para realizar los quehaceres domésticos con
tranquilidad.
Al principio
fue difícil, cuando recién llegaron de España pasaron muchas necesidades, pero
trabajaron duro y poco a poco fueron saliendo adelante. Su hijo los había
ayudado, pero ahora tenía su propia familia por la que debía velar. Vivían los
dos solos en una casa pequeña, pero muy cómoda, lo suficiente para ellos.
Abrió la
puerta y el cartero le entregó un sobre que les habían enviado desde el extranjero.
Firmó el recibo y luego miró el remitente, se alegró mucho al saber que era de
su hijo.
Cuando rompió
el sobre y sacó la primorosa tarjeta de Montse, con esos dibujos tan coloridos
y representativos, se le llenaron los ojos de lágrimas. Una emoción muy grande
la inundó al recordar a su pequeña nieta que apenas conocía. ¡Qué regalo tan
bonito! – pensó Elisa. La niña lo había
hecho con tanta ilusión como homenaje a ellos. No podría contenerse hasta la
tarde para contárselo a su marido, así que se quitó el delantal y salió corriendo
hasta la zapatería.
Muy conmovido,
Alfredo celebró la noticia, pues echaba de menos a su hijo y a sus nietos, le habría
gustado que no se hubiesen marchado, aunque comprendía que lo hicieron en
búsqueda de mejores oportunidades.
Elisa y
Alfredo decidieron compensar a su nieta y, en vista de que se acercaba la Navidad le enviarían un
hermoso regalo, pero debía ser algo muy bonito y especial. Pensarían en ello y,
llegado el momento, se lo harían llegar a tiempo.
Todo estaba listo
en casa de Montse la noche de Navidad. El arbolito repleto de adornos, luces y
guirnaldas, lucía hermoso, lo habían arreglado entre todos en un rincón del
salón familiar, también habían armado un pequeño belén a un costado del árbol. La
mesa se veía radiante, la madre de Montse la cubrió con su mejor mantel y,
sobre él, dispuso fuentes con deliciosos manjares.
Sería la Navidad más bonita que
pasarían juntos. Elisa y Alfredo habían llamado temprano por teléfono y la niña pudo decirles que los amaba. No importaba que no estuvieran presentes, les
había encantado la tarjeta y prometieron que cuando tuvieran un poco de dinero
extra, viajarían a verla.
Todos se
sentaron a la mesa y, se
dispusieron a comer. De pronto, el padre de Montse levantó una caja envuelta en
papel de regalo que tenía escondida debajo de sus pies, y la puso sobre la
mesa.
- Es para Montse
- exclamó, mirándola con una gran sonrisa - y añadió – viene del país de los
abuelos.
Montse no cabía
en sí y de tan sorprendida se quedó paralizada, ya se había conformado con no
recibir regalos y de improviso le llegaba esto y ¡del país de sus abuelos!
Qué alegría
tan grande sentía. Acarició el papel sedoso y floreado que cubría la caja y con
mucho cuidado lo fue quitando, no quería romperlo, también lo conservaría. Abrió
la caja y su asombro fue inmenso al ver un par de botitas rojas de charol brillante,
con el interior forrado en lana de oveja. Tenían la talla precisa, nunca había recibido
nada parecido, eran las botas más hermosas que jamás hubiese visto.
Dentro de una
de ellas encontró una fotografía y una carta, con la letra de Alfredo, que
decía:
- Adorada nieta:
Tu abuela y yo nos emocionamos mucho cuando recibimos la tarjeta que nos
enviaste, fue el regalo más bonito que nadie nos hubiera dado, sobre todo
porque lo hiciste con tus propias manos.
Nosotros te
fabricamos estas botas en nuestro taller para retribuirte, las hicimos rojas, con
el color que elegiste para simbolizar el amor, esa fuerza indestructible que
nos anima a vivir y a soportar las ausencias y las distancias. El que tú
nacieras ha sido una de las más bellas bendiciones que hemos recibido de Dios
en América. No te olvidamos aunque estemos lejos, te llevamos prendida en el
corazón con esa cintita con que adornaste tu trabajo. Eso nos mantendrá unidos
para siempre aunque no podamos vernos.
Al terminar de
leer la carta, Montse reía y saltaba de alegría, y con ella reían sus padres y
hermanos. Se abrazaron agradecidos, esta Navidad les quedaría
grabada en la memoria con el convencimiento de que el amor que se cultiva, y
que para ellos se abrió como una preciosa flor desde el corazón inocente de una
niña, sería la fuerza que los impulsará para siempre.
Montse no quiso
perderse la fiesta de los abuelos en la escuela, así que puntual y muy elegante
asistió calzando sus botitas rojas. Llevó consigo la fotografía que también le
habían enviado, ahí estaban sus abuelos, ambos con una mano cerca de los labios
como si le lanzaran besos por el aire. Sabía que aunque no los tenía a su lado
físicamente, ellos estaban cerca, ocupando un lugar privilegiado en su corazón.
Ese día, los
tres muy juntos, disfrutaron alegremente de la fiesta.
Marysol Salval
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