miércoles

El espejo

Se sentía extraño en aquel lugar, como metido en una fábula deprimente, es que era la primera vez que asistía a un funeral. El otro fallecido que recordaba era su abuelo materno, murió de un ataque al corazón, y en aquel suceso, toda la familia se había reunido a velarlo pero él no pudo asistir pues se encontraba en un viaje de estudios. Más tarde, a su regreso, tuvo ocasión de despedirse del anciano cuando después del crematorio, llevaron sus cenizas a casa, en una urna de marfil.
Todo estaba tan silente ahora en el velorio, tan místico, sólo algunas personas dispersas por ahí se atrevían a hablar bajito, apenas murmurando entre sí. Lo hacían también sus padres, quienes entre los primeros tristes, ya habían llegado. Él observa detenidamente el lustroso féretro de ébano en medio de la sala del velatorio, y siente el impulso de acercarse, pero está completamente cerrado, tal parece que es debido a que fue una muerte violenta.
-Un suicidio, el pobre chico se ahorcó - escuchó decir por ahí.
- Cómo se verá el rostro de un ahorcado – se preguntó a sí mismo, ¡debe ser horrible! Es mejor no verlo, tardaría mucho esa imagen en irse de mi mente.
Más y más gente iba llegando, va reconociendo a algunas personas, entre ellos, amigos cercanos y familiares, a muchos no los veía hace tiempo. Le conmueve reconocer que la muerte, aún tan bizarra, por sobre todas las cosas, goza del enorme poder de la convocación.
Da vueltas por todo el recinto dando pasos cortos y lentos, las manos a la espalda; saluda levemente con la cabeza a algunas personas, se detiene, admira la belleza de los arreglos florales que iban siendo depositados a los pies del féretro – todos blancos – piensa- algunas flores de color se hubieran visto bonitas y alegrarían un poco – Sonríe íntimamente ante estos pensamientos quizá inapropiados; luego sigue caminando de un lado a otro ya un poco contrariado sin saber realmente qué más hacer. ¿Cuánto tiempo será prudente permanecer aquí? Espera que no sea mucho, el entorno tan depresivo lo pone nervioso.
Decide salir a fumar para reanimarse, estuvo mucho tiempo de pie y desea descansar un poco; descubre en un rincón del edificio una banca de madera debajo de un gran naranjo, y siente alivio. Ya hay alguien sentado ahí, un señor mayor, más consigue un lugar y se sienta. La tarde está luminosa, tibia, el cielo despejado, muy azul.
-Es un día para estar en la playa o en el campo, no en un velatorio, es un día para festejar la vida y no la muerte torva de un muchacho – exclama compungido el señor a su lado, mientras se toma la cabeza con ambas manos – Cómo es posible que estas cosas sucedan, cada vez más jóvenes se suicidan; son tiempos incomprensibles, violentos, la presión de la vida moderna, demasiado estrés estamos sufriendo en las ciudades – continuó diciendo. Él asintió con la cabeza, en silencio, sintiendo tristeza por la aflicción del hombre, sabía que tenía razón, esas cosas terribles estaban pasando. Bastaba ver el telediario o mirar en Internet, era cosa de todos los días.
Apaga su cigarrillo y resuelve volver al velorio, cree que ya fue suficiente y quiere despedirse. En la puerta se encuentra a bocajarro con una compañera de universidad, Sofía, la chica que todos hallaban rara porque ella decía que tenía algunos poderes especiales. Afirmaba, por ejemplo, que veía el aura de las personas, y que entre otras cosas fantásticas, podía comunicarse con seres de otra dimensión. A él esto le daba risa, no podía comprender como había gente que creyera en esas cosas.
Sofía lo miró directamente a los ojos y se quedó estupefacta, con la cara completamente lívida. Desencajó la mandíbula y con la boca abierta no logró pronunciar palabra, ni siquiera respondió a su saludo. Él se dio cuenta en ese momento que su amiga era la única que lo miró realmente durante toda la tarde, es más, ella en un estado casi cataléptico, no le quitó los ojos de encima ni un sólo momento. Le pareció raro, por decir lo menos, que los demás hubieran actuado tan indiferentes.
Entró al velatorio, se despidió de sus padres, de sus amigos, de todos los que pudo, debía ser educado. Ya afuera, miró de un lado a otro de la calzada alcanzando a divisar al final de la calle, una gran luminosidad totalmente infrecuente. Sintió curiosidad y decidió marchar hacia allí, lo necesitaba. Caminó pensando en el pequeño espejo a un costado del féretro donde se reflejó antes de salir... ¿Por qué pondrían un espejo?... ¡Vaya!
Sólo Sofía lo vio cuando se alejaba.

Marysol Salval

No hay comentarios: