domingo

El sueño

Revisó la lista una vez más, no quería olvidarse de nada, luego dobló el gastado folio, y lo guardó en el bolsillo de su camisa raída. Habían sido meses difíciles, tiempos de desvelos, ansiedad incontrolada e insoportable; ya había llegado la hora  de poner remedio  a esto y de cumplir su más preciado sueño.

Calculó la distancia hasta el lago desde donde se encontraba; había un kilómetro y medio más o menos, y no habría nada más bonito de admirar que el paisaje nativo que circunda al enorme  cuerpo de agua dulce.  Ansiaba andar ese trayecto y  llegar  allí para sentir la caricia de una consoladora brisa dulce, húmeda, sobre su cara,  en ese atardecer tan cálido;  y respirar junto a  los sauces llorones (sus árboles favoritos) que románticamente eternos  ondulan sus ramas en el oleaje azul que lame sereno la orilla blanca del lago. ¡Esta imagen había estado demasiado tiempo torturando su mente!

Se ajustó en la cabeza la chupalla gastada de alas rectas, copa redonda y aplastada, (una de sus más preciadas posesiones, recuerdo de su vida como jinete) e inició contento la caminata apoyando su cansado cuerpo en un palo largo y delgado que le servía de cayado.  Miró por un momento  hacia el cielo y  las pocas nubes en el firmamento no opacaban el bello  arrebol del horizonte. Iba acompañado de los trinos de los pájaros que, a esa hora entre los árboles, se multiplicaban; una hermosa sinfonía orquestada por la naturaleza como obertura feliz  de su anhelado proyecto.

Se había propuesto completar la lista, estaba convencido que solamente así lograría su cometido.  Al poco andar lo primero que encontró a la vera del camino fue un trébol rojo, un magnífico ejemplar de cuatro pétalos grandes, y aunque seco, era un elemento necesario, por lo que cortó el  fino tallo de la mata  y lo puso a buen recaudo en un talego  de yute. Siguió caminando y pronto halló una pequeña piedra maciza, plana y circular, perfectamente bruñida por los lados.  Era tal y como la necesitaba, también la guardó en la bolsa. Algunos pasos más lejos dio con un trozo de corteza de almendro, aun conservaba una costra de liquen en un extremo; era perfecta, inmediatamente la recogió.  De tanto en tanto, sacaba del bolsillo de su camisa el listado para revisarlo, y a medida que avanzaba, iba encontrando y recogiendo distintos elementos que el camino le ofrecía y que formaban parte del catálogo meticuloso que había elaborado. Hojas, semillas,  plumas, palillos, maderos... Cada material que recogía le contaba cosas, le trasmitía emociones, como si fueran mensajes divinos, quizás cuentas saldadas, tareas cumplidas. Pasó mucho, mucho tiempo en ese estado laborioso.

La bolsa ya no permitía más cosas en su interior, así que decidió cerrarla. Se sentía satisfecho con los  bellos objetos que había recolectado. Cada uno en sí mismo, para él, era una manifestación del arte de la vida y el precio de su finitud,  un asidero esperanzador para cumplir su codiciado sueño. Todo estaba saliendo como lo había planeado, y por eso nunca dejaría de agradecer a los hados por facilitarle la tarea.

Faltaba poco para llegar a su destino y él ya no cabía de ansiedad, encontrarse tan cerca del lago lo colmaba de felicidad, lograr su sueño sería el súmmum de cuanto había anhelado. Aunque la bolsa que cargaba era pesada, esforzó  el paso y pronto se halló sobre un antiguo y desvencijado muelle que había sido  construido al frente de una hondonada en el lago. El viento que al oscurecer ya se había incrementado, azotó escalofríos en su cuerpo, y corcoveó el deshilachado sombrero en su cabeza  que de improviso salió volando a unos metros sobre el agua, muy lejos de su alcance.

Dejo la bolsa sobre el muelle, y en silencio conmovido, en posición rígida y solemne, pies y manos pegados al cuerpo, elevo el pecho en un respiro largo y hondo, con los ojos cerrados y el rostro vuelto hacia cielo, sus labios murmuraron algo, como quien reza contrito  a Dios. Después de unos minutos en ese estado casi catártico, intempestivamente se dejó caer al agua conservando la tiesa postura.  Pronto desapareció todo movimiento posible en el agua, causada por la inmersión, y  una calma desconcertante se creó sobre la superficie del lago, sólo la chupalla se veía flotando a la deriva.

Ya en el fondo, sintiendo sobre sí  toda la fuerza y densidad del agua, pensó en la bolsa de sus posesiones que había dejado en el muelle, un listado de cosas que para él eran tan importantes. Por un momento quiso emerger para ir en su búsqueda, más recordó que ellas habían sido pieza clave para llevarlo a este, su actual destino. Invadido poco a poco por un dulce letargo y  obnubilada su mente, aflojó las extremidades, y al fin relajado,  en un sueño profundo y largamente anhelado, cedió  al vaivén del agua.  Días después encontraron su cuerpo en la orilla más lejana del lago, a varios kilómetros del muelle. Lo reconocieron enseguida, era el infeliz desquiciado que todos los días recolectaba deshechos en el  camino  que llevaba al lago, lo habían visto haciendo lo mismo durante años.  Algunos le temían a su aspecto desaliñado,  y les resultaba desagradable el ver cómo día y noche  hablaba con las cosas que recogía.

 La gente del pueblo trasmitió la noticia de boca en boca sobre el ahogado, finalmente se había muerto el loco que afeaba el camino, aquel perturbado que no dormía.

Marysol Salval




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