ALÉTHEIA Y ABSOLEM Cuando la realidad es fantasía y viceversa.
Marysol Salval
Dedicado a felizmenteolvidado
Cuando la liebre Alétheia la vio, se dio cuenta que ya la conocía, recordaba muy bien su rostro, aunque ahora, después de tanto tiempo se parecía más a un modelo de Rembrandt iluminado tan sólo por una tenue farola, un retrato que por su profundidad y efectos dramáticos, era testimonio del deslustre que en ocasiones puede llegar a tener la condición de ser.
Tenía la cabeza y nariz grande, frente amplia, ojos caídos en los extremos y su cara pálida y angulosa mostraba sobre la tez una gama diversa de arrugas, los labios gruesos entreabiertos dejaban en evidencia dentro de la boca la ausencia de gran parte de su dentadura. Le ofreció una media sonrisa cuando sus ojos se encontraron; - señal para desconfiar - pensó Alétheia - si ambas ya se conocían, ¿porqué una media sonrisa? no le gustaban las cosas a medias, o todo o nada, así creía que se debe ir por la vida.
Al fin y al cabo, pensó, no era humana en realidad, se trataba de un espécimen muy particular que dominaba el submundo: Absolem era su nombre, una pequeña oruga azul con cara de hombre quien decía ser la guardiana del oráculo del conocimiento, la sabiduría del bien y del mal; aquella que aparecía en el cuento de Alicia en el país de las maravillas.
Increíblemente allí estaba en frente suyo, la misma oruga del libro de Lewis Carroll, (aunque era otra como entendió después) la veía en medio de una hermosa vegetación, sentada despreocupadamente, no sobre un hongo como se supone debía estar, sino más bien sobre el lomo peludo y suave de un enorme lince de ojos pardos profundos y orejas puntiagudas. En realidad parecían ser dos seres en uno.
Absolem fumaba sin parar de un narguile, era una máquina con el artefacto, daba bocanadas profundas y largas mientras entrecerraba los ojos dejándose llevar por las sensaciones euforizantes y alucinógenas que le producía el humo del hachís calentado dentro de la pipa, y de cuando en cuando, sacaba de entre los pliegues azules de su cuerpo una pequeña licorera; bebía un trago, la guardaba y seguía fumando.
-Cosa exacta del destino esto de habernos vuelto a encontrar - dijo la criatura a la liebre, con voz rasposa y ralentizada a causa del sopor en que estaba sumergida – Estas casi igual, aunque me agradabas más cuando eras chica - y siguió medio sonriendo socarronamente. El lince también la miraba fijamente, pero de una manera distinta a la oruga, era una mirada más clara, más honda, inteligente; el animal hablaba por los ojos, éstos eran su única voz.
Ella se fijó en el felino más que en Absolem, su mirada le insufló confianza y creyó descubrir que en el fondo de su ser había un espíritu de características seductoras. Le pareció tan extraña esta simbiosis formada entre oruga y lince, ambos individuos de naturaleza solitaria; no podía entender cómo se habían acoplado para vivir la vida uno pegado al otro.
-¿El destino acaso es exacto?- se oyó preguntando Alétheia.
- Tan exacto que no tiene explicación – respondió la oruga – pero para sobrellevar tan drástica sentencia, le echamos mano a la esperanza. - ¿la tienes?
- La tengo pero está claro que no tiene que ver contigo – respondió Alétheia – y mientras lo decía, sobre ella se posó la mirada penetrante del lince.
El félido la hipnotizaba, desviaba su atención hacia su aspecto robusto, sus patas largas y ágiles, su pelaje blancuzco, su cola con una borla negra en el extremo que siempre mantenía erguida. Era una bestia en verdad fascinante. Se movía sigilosamente y de cuando en cuando sacudía fuertemente las patillas como si tuviera en ellas algo que le irritara.
Alétheia recordó el primer encuentro con la oruga azul en el bosquecito donde se hicieron amigas, eran mucho más jóvenes y se suponía que con el tiempo, después de mudar la piel unas cuantas veces, a la oruga le crecerían alas, eso le había dicho Absolem. Alétheia la animaría y la ayudaría si fuese necesario porque quería verla convertida en mariposa, el poder de volar encerraba la esperanza y la dicha, pero aquello nunca había sucedido ¡tamaña decepción! seguía siendo oruga, lo único que le había crecido era su adicción al hachís y al licor; ahora comprendía que sólo le había mentido.
- Los principios no son nunca como los finales – aseguró Absolem - supongo que lo entiendes, ¿verdad? - y agregó - tampoco existe un lugar que merezca el quedarse para siempre.
- Pero tú seguirás siendo una oruga - afirmó tajantemente Alétheia - aunque vivas ahora sobre un lince, y si sigues drogándote y emborrachándote como lo haces ahora, poco te durará.
- Una oruga-lince soy ahora y es lo que cuenta, afirmó Absolem, ¿míranos, no te parece contundente? y tú una sabrosa liebre, Alétheia, ese es tu indiscutible destino, pobre incauta y, frente al nuestro en este preciso instante, porque no se vive más que el instante y porque no hay lugar seguro donde hallar descanso, por tu vida, no te queda otra que echarte a correr.
La liebre comprendió el peligro que representaba aquel ser dual y no se lo pensó dos veces, miró a un lado, después al otro, y en un segundo arrancó lo más rápido que pudo…
Alétheia ( significa 'aquello que no está oculto, aquello que es evidente', lo que 'es verdadero'. También hace referencia al "desocultamiento del ser)